De la gentrificación a la muerte del underground - Shock

2023-02-22 16:46:21 By : Mr. Jason Ma

La serie de HBO The Deuce, creada por David Simon y George Pelecanos, es quizá la pieza audiovisual que mejor recrea el proceso de gentrificación que vivió la ciudad de Nueva York a finales de los 70 y principios de los 80. Un proceso que, desde hace un buen tiempo, se viene replicando en muchas de las ciudades más urbanizadas del mundo.

Por Andrés Alberto Álvarez Peña

The Deuce expone cómo el tiempo se desliza hacia formas del futuro mucho más certeras y seguras. En la gentrificación el futuro no es incierto y tampoco desconocido, el futuro es diseñado y fabricado por unos pocos en detrimento de otros.

Ese éxtasis por las ciudades del “futuro” y el frenesí de la “novedad” fomentaron el desmote, no solo de épocas pasadas, sino también de experiencias culturales que se vieron arrastradas por el movimiento perpetuo del progreso y el desarrollo.

¡Sí!, como bien lo muestra The Deuce, la ciudad de Nueva York antes de 1980 —para muchos de sus residentes y visitantes— era un lugar moribundo, un pozo séptico de degradación moral y espiritual, el espacio para ver y vivir cualquier tipo de perversiones y depravaciones, el cuarto de juegos de policías corruptos, proxenetas, traficantes de drogas y prostitutas, pero también era el salón de experimentación sexual de la comunidad LGBTIQ y una enorme caja productora de nuevas estéticas, ritmos y sonidos: el disco y el hip-hop nacieron en medio de esas calles.

En 1974 el crítico de cine del New York Times Vincent Canby escribió:

A pesar de ser ese espacio de perdición, vicio y “decadencia”, la experiencia neoyorquina, como muchas otras ciudades del mundo antes de las cruzadas reformistas, también fue el escenario que permitió la existencia de corrientes energizantes, redes colectivas de libido y deseos que abrieron innumerables posibilidades a la sexualidad, el arte, la música, lo popular, pero, sobre todo, un espacio de donde emergieron distintas fuerzas sociales y culturales que le hicieron frente al status quo, al poder político y económico de la época.

Fue en el patio trasero de la ciudad que se tenía el sexo más vehemente y desinhibido, donde los pequeños Loft se convertían a la media noche en discotecas, donde los baths, los saunas y los salones de masajes dejaban de ser la atracción principal para transformarse en inimaginables clubes clandestinos y ocultos que resguardaban nuevas y desafiantes formas culturales.

En efecto, la historia humana ha conocido diversas concepciones y experiencias del tiempo y el espacio; cada época y lugar promueve una determinada distribución corporal de la energía psíquica que desestabiliza el orden y que, así como al poder y al control social, deben mantenerlas ocultas en sótanos, en cuevas: en el underground.

La palabra underground puede referirse tanto a estilos musicales que escapan de los circuitos comerciales habituales, como a formaciones culturales que irrumpen para ir en contracorriente con lo que el orden social y cultural establecen.

De hecho, lo underground, históricamente, se ha dado en la combinación de sonidos y ritmos marginales, particularmente aquellos que no alcanzan la cima comercial, y los movimientos contraculturales que se caracterizan por representar lo “incorrecto” de la sociedad.

Muchos dicen que las facilidades que nos brinda Internet desbarataron la noción de lo underground en la música, pero hay que decir que el término va mucho más allá del simple acceso a un bien cultural.

El periodista e historiador del rock Peter Shapiro muestra en su libro Turn the Beat Around cómo en pleno ascenso y apogeo del nazismo emergen los Swing Jugend, o Swing Kids, un grupo de jóvenes de clase media-alta (y apolíticos) que se oponían implacablemente a la homogenización que Hitler imponía a la juventud para que sirviera a Alemania por siempre.

Estos jóvenes, en contravención ¿con las ordenes que obligaban a todos los hombres a llevar corte militar, se dejaban largos mechones de pelo y vestían chaquetas deportivas inglesas, zapatos livianos con gruesas suelas de goma, llamativas bufandas y sombreros de fieltro. Las mujeres llevaban el pelo larguísimo y suelto, delineaban sus cejas y usaban labial y esmalte de uñas. Esto, claramente, desacreditaba la idea de “belleza pura” de las mujeres alemanas, quienes para la época llevan el cabello en apretadas trenzas.

Los sótanos, las fábricas abandonadas y los edificios decantes durante la segunda guerra mundial fueron el refugio de jóvenes que estaban encantados por el swing y los sonidos del jazz americano, pero al mismo tiempo, jóvenes forajidos que luchaban (sin luchar) contra lo prohibido y desestimaban una experiencia de vida controlada.

Estos grupos estaban en muchas partes de Europa occidental, como en Viena y, especialmente, en París, donde la conexión con el Jazz hot era mucho más fuerte. Los Zazous, como se hacían llamar este grupo de chicos en plena ocupación nazi de Francia, se reunían en pequeños restaurantes y cafés alrededor de París con tocadiscos portátiles para bailar y escuchar música “ruidosa”.

El historiador Albert Goldman relata que durante la ocupación nazi uno de los lugares de encuentro de los Zazous era la Discotheque, un pequeño club en el sótano de la rue de la Huchette, una cuadra al sur del Sena en el Quartier Latin.

Fuesen cuales fuesen los lugares, el underground comenzó en el cuarto ocupado por fantasmas, en las zonas perdidas de las ciudades, en las calles más oscuras y ocultas a partir de una intolerancia “despreocupada” a lo establecido: en el lado B.

Es esta misma intensidad vital del underground de la que hemos visto emerger, una y otra vez en diferentes latitudes y épocas históricas, desde el disco, el punk, el hip-hop hasta pasar por el jungle y las raves: formas y prácticas culturales no solo desafiantes, sino modelos estéticos cuyo objetivo siempre ha sido recalibrar el sentido común sobre lo que puede ser aceptable como música y como estilo de vida, pero que desafortunadamente vivieron ocultas durante un tiempo para su reproducción y supervivencia.

Estas prácticas culturales pueden estar hoy demasiado expandidas en diferentes ciudades alrededor del mundo que ya ni si quiera las notemos o nos sorprendamos. Es más, quizá ya no sean dignas de ser comentadas. Sin embargo, lo que sí sorprende (en el presente) es la desaparición de esa intensidad y energía vital que daba pie a nuevas formaciones contraculturales o la aparición de nuevas subculturas underground.

Esto se debe, en parte, a lo que Rachel Aroesti describe en su artículo para The Guardian, No alternative: how brands bought out underground music: las marcas inflan sus negocios a partir de crear vínculos comerciales con artistas y músicos que previamente estaban del “lado oscuro” del underground, justamente para conectar afectivamente con nuevos tipos de consumidores.

Hoy, por ejemplo, experimentamos conciertos y toques de jungle y raves patrocinadas por marcas de cerveza, así como vemos marcas de tenis para skaters realizando toques de punk “antiestablisment” en lugares “ocultos” de la ciudad.

Estas producciones culturales “contemporáneas” están exorcizadas de cualquier sentimiento social y político, no se refieren ni a un momento histórico particular y mucho menos proponen una reflexión frente a un tipo de praxis política.

Tal situación, posiblemente, sea el resultado de que hoy en día lo que conocíamos como underground es el compañero/a de cama de enormes conglomerados corporativos (marcas). Muchos artistas y músicos (incluso movimientos sociales) necesitan de esas noches de pasión para levantarse al día siguiente con una enorme sonrisa y los bolsillos llenos para que el espectáculo siga andando, solo que está vez más simulado que nunca.

Lo realmente problemático de este romance es que vació de significado el underground, le quitó ese carácter siniestro, ominoso, ese poder secreto capaz de combatir la normalidad con eventos que reverberan con apariciones esporádicas para transformar la psiquis de las personas y de la sociedad.

Necesitamos que el underground no vea la luz, que siga oculto y lejos de la cama de las corporaciones y las marcas, porque solo así puede volver a ser ese animal de la noche y recuperar su carácter siniestro.