El proyecto de confianza

2023-02-22 17:41:06 By : Ms. Ashley Chen

OFERTA FLASH 18€/AÑO

Cuenta con amplias suites equipadas con látigos, ganchos, potros y columpios para toda clase de oscuras fantasías. Su dueña presume de contar con fieles parroquianos que acuden dos veces por semana y huéspedes internacionales

Se trata de uno de los hoteles más secretos y singulares de Madrid. Un hospedaje clandestino y eróticofestivo escondido a la vista de viandantes y curiosos. Al transitar por la Calle Virgen de la Peña del madrileño barrio de Prosperidad, nada invita a pensar que su número 9, un edificio setentero que bien podría ser la casa de Los Alcántara en Cuéntame, oculta en sus entrañas a Rosas Negras, el único hotel de la capital enfocado en el BDSM. Cuatro siglas que hacen referencia a un conjunto de las prácticas sexuales consensuadas que engloban bondage, disciplina, dominación, sumisión, sadismo, masoquismo y fetichismo entre otras.

Para acceder es necesario concertar cita previa y que desde dentro abran la discreta puerta metálica que da acceso al establecimiento. Al cruzar su umbral el contraste -a nivel estético, térmico y olfativo- se hace evidente. Las aceras de barrio revelan una amplia estancia de negras paredes salpicadas por imágenes de mujeres en corsé o suspendidas en cuerdas, la gélida mañana del invierno da paso a una agradable temperatura y un olor forestal sustituye al aroma de la calle.

«Es un hotel que funciona por horas y por noches [200 euros con check out a las 10:00]», explica junto al mostrador su propietaria, Mariana, que puso en marcha este local compuesto por una planta baja y un sótano, hace ya 8 años. «La reserva mínima es de dos horas [50/70 euros, según el día y 20 euros cada hora extra]».

Un negocio con tres sucursales distintas [dos en Prosperidad y una junto a Tirso de Molina] que Mariana regenta con ayuda de tres personas.

«Lo abrí en un buen momento (2014). Los libros de 50 Sombras de Grey estaban de moda y las chicas estaban como locas por el tema», explica. «Siempre me había llamado la atención el mundo del BDSM y pensé '¿por qué no intentarlo?'».

Con la privacidad como máximas, la dueña establece una distinción entre los tipos de clientes que se encuentra: «los que vienen porque el sitio les da morbo y los que utilizan todos los accesorios de las habitaciones», el gran reclamo, junto a la decoración y el anonimato, que ofrece su negocio.

«La media de edad está entre los treintaipico y los cuarentaipico años y la mayoría son parejas hetero, aunque también tenemos parejas gays. Aquí ni nos metemos, ni nos interesa saber si vienen con su novia o con una amiga». ¿Los hay que acuden con una dominatrix profesional? «Sí, los hay. Pero eso es cosa de cada uno...».

A diferencia de los hoteles al uso, Rosas Negras presume de contar con parroquianos. «Hay gente que viene dos veces por semana y parte de nuestra clientela es fija, aunque también hay mucha gente de fuera de Madrid (y de fuera de España), que llega a reservar varias noches o hasta una semana entera», precisa. De media, tiene 5 o 6 visitas de parejas (o tríos) de huéspedes «pero hay días que está todo completo y solo está vacío una hora entre cliente y cliente para limpiar».

Pero, ¿qué es lo que exactamente despierta el morbo de curiosos y parroquianos para atraerles a este singular hotel? Para conocer la respuesta, Mariana guía a GRAN MADRID escaleras abajo hacia las entrañas de Rosas Negras, su primera sucursal (además de la más antigua y la más grande) en la que el huésped cuenta con una superficie de 110 metros cuadrados.

Lo primero que llama la atención al descender los peldaños es una inmensa polea (con gruesas cadenas y un gancho) que se encuentra anclada al techo con una estructura de metal. «Es para atar a una persona con cuerdas o para colgarla bocabajo. Para eso se tiene que tumbar, ponerse las tobilleras [proporcionadas por el local] y la otra persona va tirando de la cadena», explica con naturalidad.

Justo enfrente, aprovechando el hueco de la escalera, hay dos jaulas con barrotes metálicos cerradas por un candado. La grande es amplia como un armario ropero y cuenta con una altura de cerca de dos metros. Junto a ella, otra más pequeña y en cuyo interior se encuentra una alfombrilla y un comedero metálico para perros, aunque en este lugar (donde los juegos de rol son infinitos) el cuenco está destinado para que lo utilice un hommo sapiens, y no un canis lupus familiaris. Junto a ellas, hay un amplio sofá de cuero que cuenta con un columpio situado justo a su lado.

Cuando el huésped avanza hacia el fondo de la habitación se encuentra con un sillón tantra, un mueble para la meditación similar a un diván cuyo uso se popularizó con fines sexuales. «Es el que más sufre de la habitación, el que más se rompe», cuenta Mariana entre risas. «Es una ruina porque cada sillón cuesta 300 euros y los arreglos cuestan 100 euros más pero... son gajes del oficio y en todos los hoteles se rompen cosas», bromea.

Más adelante hay otros dos accesorios para dejar a una persona suspendida en el aire: un aro soldado a barra y de una inmensa caña de bambú, que se encuentra fija al techo por sus extremos. «Son para Shibari [una variante de bondage con cuerdas de yute de ocho metros que fue inventada para inmovilizar y torturar a los prisioneros durante la era de los samurai y que con el paso del tiempo adquirió tintes eróticos y una consideración de arte en Japón]», precisa.

«Mucha gente entiende el BDSM como un maltrato y no es cierto. Existen personas sádicas, personas sumisas y otras muchas ramas como a los que les atraen las cuerdas o el fetichismo», enumera.

A mano derecha, a la altura de estos elementos suspensorios y pegados a la pared, se observan dos amplios espejos que escoltan un trono carmín con apariencia de asiento señorial del siglo XIX. Frente a ellos, una cruz de San Andrés -con forma de aspa- en color rojo chillón que permite sujetar a una persona por sus extremidades superiores e inferiores, además de un potro, que recuerda a los de las clases de gimnasia.

Aunque lo habitual es que acudan parejas, sus paredes también han albergado multitudes. «De forma excepcional han venido grupos de 12 personas o han reservado para dar cursos sobre cómo usar las cuerdas». cuenta.

Una habitación rematada por una enorme cama diseñada para atar a sus ocupantes y escoltada por un expositor con una decena de utensilios que Mariana explica pacientemente. «Floggers, látigos y paletas [pensados para azotar], junto a collares, esposas y las tobilleras para quedarse colgado por los pies». Finalmente, el pasillo revela la última sorpresa: una ducha más grande que muchos pisos del centro.

¿Por cierto, saben sus vecinos lo que tienen debajo de casa? «Sí, lo saben perfectamente y nos llevamos muy bien. También con el bar de al lado (un asturiano) que nos prepara la comida si tienen hambre». Sadomaso y cachopo, una particular combinación (y posible gracias a Mariana) para uno de los hoteles más singulares de Madrid.

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He leído la noticia. No lo usaría porque no me va el BDSM ni asumiría riesgos (de denuncias si a alguien se le va la pinza) por tener sexo en grupo; pero he de decir que me parece una interesante aventura empresarial. Supongo que facilita que quien practica BDSM pueda hacerlo sin tener que afrontar grandes gastos en material. Bravo por María, por esa visión de negocio.