La historia de Bruce Tulloh cuando conquistó Estados Unidos

2023-02-22 17:43:58 By : Ms. Jennifer Zhou

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Estas son algunas de las reflexiones diarias del atleta británico Bruce Tulloh cuando atravesó corriendo Estados Unidos desde Los Ángeles hasta Nueva York con una caravana, cereales y sentido común

Tras retirarse de una exitosa carrera deportiva en 1967 (fue campeón europeo de 5.000 metros en 1962), Bruce Tulloh estaba preparado para el siguiente reto. Leyendo el Libro Guinness de los récords, se encontró con el del sudafricano Don Shepherd, que en 1964 corrió unos 5.150 km, de Los Ángeles a Nueva York, en 73 días y ocho horas. Tulloh, de 33 años, decidió empezar en abril de 1969, lo que le daba margen para entrenar, negociar una excedencia en su trabajo como profesor de biología y buscar patrocinadores para financiar el viaje. Se pasó todo el verano, el otoño y el invierno de 1968 entrenando duro, pues nunca había corrido más de 37 kilómetros seguidos, y se puso como meta 66 días con una media de 69 km al día.

Tras seis meses carteándose, British Leyland aceptó prestarle a Tulloh dos coches (un MGB descapotable y un Austin America) para el viaje, mientras que Caravans International le prestó una Sprite 400 y Schweppes patrocinó la aventura. El grupo de apoyo de Tulloh se reducía a su mujer, Sue, que se encargaba de encontrar los campings para pasar la noche, conducir la caravana hasta los lugares prestablecidos de la ruta, conseguir la comida y la bebida y darle a Tulloh masajes en piernas y pies.

Su primo Mark, de 18 años, conducía el segundo coche, y la pareja también se llevó a su hijo Clive, de seis años. Tras un año de preparación y planificación, Tulloh estaba listo para salir desde el ayuntamiento de Los Ángeles el 21 de abril de 1969. Lo que sigue son algunas de las reflexiones diarias del propio Tulloh sobre la carrera, sacados de su libro Four Million Footsteps. En ellos se puede observar el asombro y el espectáculo, junto con el dolor y el cansancio de cruzarse Estados Unidos de costa a costa a pie hasta dar más 4 millones de pasos.

🗓️ 21 de abril de 1969📍Los Ángeles, California

Condujimos hasta el ayuntamiento la mañana del lunes. Llegamos allí poco después de las nueve. Me quité el jersey y los pantalones de chándal para quedarme en camiseta, pantalones cortos, zapatillas y calcetines. Llevaba un callejero y gafas oscuras. Cuando el reloj dio las 10, salí. Me sentó bien estar en ruta, después de haber estado planificando y preocupándome tanto. Ya todo dependía de mí.

🗓️ 23 de abril de 1969📍Palm Springs, California

La temperatura subió casi a los 30 °C y solo unas semanas antes había estado entrenando a entre 4 y 10 ºC. Estaba prevenido para protegerme de los cambios en el tiempo. Antes de salir bajo el sol de la tarde me ponía protección solar, gafas oscuras, un pañuelo en el cuello y una gorra. Cada 5 kilómetros me echaba agua fría por el cuerpo con una esponja y bebía un vaso de zumo de naranja diluido. Si había sudado mucho, me tomaba una pastilla de sales. Me funcionó genial, porque después de aquel primer día no me dieron calambres, no me quemé ni me dio un golpe de calor.

🗓️ 26 de abril de 1969 📍 California frontera con Arizona

El río Colorado es la frontera entre California y Arizona y se cruza mediante un puente ancho. Hay algo en cruzar ríos que da sentido a los que viajan, dejar un río atrás, como dejar una cordillera, da la impresión, falsa en este caso, de haber superado otra barrera. El aire soplaba mezclado con la arena de las orillas y casi me levanta la gorra, pero esto solo aumentaba la emoción de haber llegado a otro estado.

🗓️ 27 de abril de 1969 📍 Salome, Arizona

La mañana siguiente amaneció clara. A las nueve ya hacía calor y me quedaban 59 km hasta el siguiente pueblo, Salome. Fue uno de esos días en los que cada kilómetro parecía uno y medio. Me tenía que echar agua con la esponja y beber cada 5 kilómetros e, incluso, esa distancia se me hacía eterna. Durante aquel día y los dos días siguientes, a medida que nos acercábamos a Fénix, la carrera se convirtió en una batalla personal en la que el sol era mi enemigo. Cuando las cosas se ponían feas, pensaba en la verde y tranquila Inglaterra o en estar en la costa en Devon, de donde soy, navegando por el río o pescando en los estanques.

🗓️ 1 de mayo de 1969 📍 Superio, Arizona

Después de 10 días corriendo llevaba a mis espaldas 708 km, la mayoría de ellos en desierto. Creía que lo peor ya lo había dejado atrás, pero solo acababa de empezar. No saber lo que nos depara el futuro a veces es positivo.

🗓️ 2 de mayo de 1969 📍 Globe, Arizona

Durante la mañana el cuádriceps se quedó rígido de nuevo, lo que me obligó a ir cojeando. En las bajadas con desnivel no podía usarlo como freno, como haría de forma habitual, por lo que tenía que apoyarme mucho en el pie derecho. El entorno era agradable: crestas de piedra rojiza separadas por valles boscosos, todas con cañones empinados, pero solo podía pensar en mis zancadas.

El dolor se debía a la inflamación de los tendones de la parte inferior de la pantorrilla derecha, una queja común de los corredores, que lo llaman ‘síndrome de estrés tibial anterior’. Si corres con ello lo más seguro es que acabes sufriendo una fractura por estrés en la tibia. La única cura, como norma, es el descanso absoluto y puede tardar entre dos y tres semanas en curarse. Un día después el problema seguía. La única opción era conseguir unas botas duras, que me darían un mejor apoyo del pie y el tobillo, por lo que Sue y yo fuimos a Globe, donde encontré lo que buscaba.

Mientras cojeaba, calculaba cuánto me costaría acabar si la lesión duraba una semana. Esta era la única manera de evitar que el desasosiego se apoderara de mí. Cuanto más caminara, más kilómetros tendría que hacer durante los últimos días de la carrera, pero estaba seguro de que podría llegar a los 80 km hacia el final. Si me tocaba caminar durante una semana, a 48 km al día, en una semana corriendo 80 km al día me quedaría en una media de 65, lo suficiente para batir el récord y puede que para alcanzar mi objetivo de 66 días.

Los tres días siguientes fueron toda una lucha contra los elementos: en algunas ocasiones muy difícil, en otras, estimulante. Desde luego es un periodo que recuerdo muy bien porque ese momento, junto con los tres días que acabo de contar, fue el periodo en el que lo di todo y usé mi fuerza mental y física hasta la última gota.

🗓️ 7 de mayo de 1969 📍 Springerville, Arizona

La mañana del 7 de mayo empecé a 32 km al oeste de Springerville. Hacía un frío horrible, los músculos me dolían de la tensión constante y el tobillo me molestaba a cada paso. No había nada que ver, excepto la carretera que discurría por la desolada planicie. Creo que fue el peor momento del viaje. En ocasiones le gritaba al viento mi enfado y mi frustración. En otros momentos las lágrimas rodaban por mi cara y solo deseaba estar en casa. Pensaba en el calor del bar en Wargrace, en caminar por la playa en Devon, en enterrar los pies en la cálida arena e, incluso, en volver al desierto. No había opciones de rendirse, nadie iba a venir a recogerme hasta dos horas después y hacía demasiado frío para sentarse y esperar. No había nada más que hacer que maldecir y continuar hasta que, al final, empezó a hacer más de calor y el dolor del tobillo remitió un poco. Llevábamos 12 días en Arizona y habíamos sufrido los climas más extremos y la peor lesión de todo el viaje.

🗓️ 8 de mayo de 1969 📍 Red Hill, Nuevo México

La primera mañana en Nuevo México amaneció limpia y brillante, pero también muy fría. Por delante me esperaban 37 km de carretera recta y aburrida que desaparecía en un paisaje de colinas azules. Detrás de mí estaban las colinas más altas por las que había llegado y, a los lados, la planicie se extendía como un océano, con alguna granja de vez en cuando flotando como un barco a la deriva en la inmensidad. A pesar de que iba caminando y podía haberme frustrado por no poder correr rápido en la ruta llana, me sentía lleno de paz. En aquella inmensidad de tierra y cielo era suficiente con estar presente. Mi mente se adaptó al ritmo del campo y, mientras me movía lentamente, los pliegues de las colinas cambiaban de patrón y lentamente el cúmulo de nubes se agolpaba en el horizonte.

🗓️ 15 de mayo de 1969 📍 Santa Rosa, Nuevo México

Cuando llegamos a la Ruta 66, también llegamos a la misma por la que caminaron los colonos en 1928, en su Bunion Derby [la primera carrera transcontinental anual a pie]. En Montoya conocimos a una de las personas que los vieron llegar, el dueño de la tienda. Llevaba allí desde 1928 y se acordaba perfectamente de cómo eran: “Iban todos desharrapados, como si fueran vagabundos, no les importaba nada. Solo entraban, se compraban una lata de alubias y se las comían directamente de la lata. Después, se iban de nuevo”. Era viernes, el día que tenía que enviar mi pieza para el Observer [el periódico] y por lo menos pude mandar un informe bastante esperanzador. La pierna iba mejorando, hice 72 km en esos últimos tres días y lo más importante, aquel día había corrido mi milla número 1.000, unos 1.600 km, desde que salí de Los Ángeles.

🗓️ 18 de mayo de 1969 📍 A través de Texas

El cambio al cruzar a Texas fue bastante impresionante, teniendo en cuenta que la frontera es solo una línea en el mapa. Después de una tierra de planicies áridas, ahora estábamos de repente en tierra arable y de granja con aspecto fértil y cuadriculados campos delimitados por acequias de riego. Las granjas, así como los campos, parecían más prósperos. Había casas de madera perfectamente pintadas, sobre todo de blanco o gris claro, con ebanistería blanca y sus perfectos jardines con parterres llenos de flores. Lo mejor de la mañana fue pasar por un cartel que decía: “Oklahoma City 402 km”. Había alcanzado el momento en el que 400 km no me parecían mucho, solo un poco más de cinco días, y Oklahoma estaba muy cerca de la mitad del trayecto. Me dio motivos para correr.

🗓️ 22 de mayo de 1969 📍 Sayre, Oklahoma

Ver la caravana a la hora de comer me dio la misma sensación que supongo sienten los fieles cuando llegan a la Meca. Solía beberme varias botellas de Schweppes helado mientras descansaba en el asiento de la caravana esperando a que Sue preparara la comida, y luego me daba el gusto de comer todo lo que me diera la gana y echarme después una siesta de una hora. Cuando estás sano y tienes hambre, los pequeños placeres son la mayor felicidad. Me solía levantar minutos antes del momento de volver a empezar, me ponía las botas y salía a la carretera antes de estar despierto del todo.

🗓️ 24 de mayo de 1969 📍 Salyer Lake Park, Oklahoma

Un día importante para todos: el séptimo cumpleaños de Clive. Se despertó antes de las siete para ver qué le habíamos regalado: había dos paquetes: un juego y un puzle de Maury [el representante de Schweppes], una navaja y unas botas de cowboy de nuestra parte. Mark le dijo que tendría que esperar para recibir el suyo, pero cuando fue al pueblo le compró un precioso cinturón de herramientas hecho de piel y con una hebilla de plata, que guardó como oro en paño.

🗓️ 4 de junio de 1969 📍 San Luis, Misuri

San Luis se había convertido en un hito importante para mí. Marcaba haber superado dos tercios del camino, que quedaba por cruzar el Misisipi y, lo mejor de todo, que tendría medio día de descanso, más de lo que había tenido en todo el viaje. Por primera vez en semanas me sentí capaz de salir de la locura de la carrera y fijarme en el entorno. Mark, Sue y yo estábamos sentados en el MGB en una cálida noche junto al río, podía ver la impresionante curva del Arco Gateway, sus placas de acero pulido reflejando las luces, su cresta llegando a alturas que hacen que te dé vueltas la cabeza. Si miraba hacia delante, podía ver el río silencioso fluyendo hacia el golfo. Más allá estaban las avenidas de las afueras de la ciudad, las calles sin coches y los carteles de neón. Y aún más allá campos, bosques, granjas y desiertos que se extienden 3.000 km hacia el oeste, donde el oleaje del Pacífico choca con la costa de la que partí hace seis semanas.

🗓️ 5 de junio de 1969 📍 Hacia Illinois

Cada estado tiene su propia atmósfera y en Illinois esta es la de una tierra plana bajo el sol. Había menos árboles y colinas que en Misuri, pero más polvo, más calor y más humedad. Cada pocos kilómetros se veían por el camino señales de pueblos y ciudades, pero como el mapa señalaba con un punto del mismo tamaño las poblaciones de entre 0 y 1000 habitantes, nunca sabíamos qué esperar. Algunas veces eran pueblos pequeños con una tienda, una lavandería y otros establecimientos esenciales. Otras veces, solo una intersección de carreteras y una granja.

🗓️ 7 de junio de 1969 📍 Casey, Illinois

Por la tarde las cosas se complicaron: la autovía desaparecía y todo el tráfico pasaba por donde yo corría. No había arcén duro sobre el que correr, por lo que cada ciertos metros tenía que hacerlo sobre la hierba dura o los bordes de piedras para evitar la multitud de coches y camiones. Nuestra parada para cenar estaba en un punto en el que los camiones pasaban a toda pastilla al final de una cuesta, y tuvimos que soportar el intenso ruido y el aire caliente que nos llegaba cuando pasaban. Con reticencia me volví a echar a la carretera. Ya llevaba unos 61 km y me faltaban otros 16 o 17 km para llegar a Casey. Odiaba la carretera, los camiones y a sus conductores.

🗓️ 10 de junio de 1969 📍 Indianápolis, Indiana

Durante la semana anterior, por las planicies de Indiana y Ohio, la parte física de la carrera había ido de maravilla. Fue lo que justificó mi fe en la adaptabilidad del cuerpo humano, que, con tiempo, puede aclimatarse a casi cualquier cosa. Mi cuerpo era ahora una máquina de correr, si es que puedes imaginarte una máquina que vive a base de copos de maíz, ensaladas, alubias y Schweppes. Mientras le diera combustible, seguía durante kilómetros. Acababa de llegar a la última fase, pero ya me habían advertido que las montañas que tenía por delante, los montes de Allegheny y las Blue Ridge, eran duras y si tenía algún problema ahí, ya no me quedaría tiempo para ponerme al día con la planificación. Era cuestión de ponerse en serio con el trabajo y no perder la concentración, porque, en la recta final, un tobillo torcido o un perro demasiado emocionado podrían hacer que la aventura pasara de ser un triunfo a un fiasco, y con 4.000 km a la espalda no quería que pasara.

🗓️ 17 de junio de 1969 📍 Mount Pleasant, Pensilvania

Pensábamos que Pensilvania sería urbana e industrial, pero dimos con kilómetros de tierra virgen. Las cordilleras van de norte a sur, lo que complica el camino si vas de oeste a este, pero las vistas valen la pena. Cuando estás al aire libre eres sensible a los pequeños cambios de temperatura y humedad, incluso notas la alteración en la flora y los insectos, de ahí que me llevara la sensación real del campo, aunque aprendiera poco sobre sus habitantes. Fue bonito estar en aquellas colinas, pues habíamos visto demasiados pueblos. Desde la cima de una de las cordilleras se veía otra más allá, y otra, y entre todas ellas había una capa de aire húmedo que cambiaba la calidad de la luz y que le da a las Blue Ridge Mountains su característico color azul.

🗓️ 25 de junio de 1969 📍 Nueva York

Estaba tumbado escuchando la lluvia en un motel junto a la autovía, justo al norte de Perth Amboy (Nueva Jersey), a solo 32 km de Nueva York. Detrás quedaban nueve semanas de carreras y caminatas continuas, desde Los Ángeles, en la costa del Pacífico. Cuando subimos al ferri de Staten Island, la Estatua de la Libertad se cernía sobre nosotros a través del gris del cielo, y luego la sustituyeron los rascacielos de Manhattan. El viento y el rocío nos daban en la cara, los ojos de Sue brillaban y su cara estaba reluciente, Clive gritaba y señalaba. Nada podía arruinar este momento.

A la salida de la terminal de los ferris, un coche de policía esperaba para acompañarme hasta el ayuntamiento. Los fotógrafos pasaban por delante de mí y, justo detrás, había dos coches con dos cámaras de televisión. Yo cada vez corría más y más rápido. La gente de la calle se paraba a mirar y columnas de vapor salían de las alcantarillas. Las cientos de horas de cansancio desaparecieron cuando recorría los últimos metros hasta el ayuntamiento. El reloj marcaba las doce menos diez.

Había corrido, desde el ayuntamiento de Los Ángeles, 4.628 km, 64 días, 21 horas y 50 minutos. Había superado la mejor marca por ocho días y medio, con una media de 70 km al día. El cuerpo humano tiene una capacidad de adaptación y resistencia mayores de lo que se cree. Lo hice sin enfermar, sin descansar y sin hacer una dieta especial o tomar suplementos. Me recuperé completamente de las lesiones y estaba más en forma como corredor tras esos 65 días que al empezar. La razón es sencilla: el sentido común.

Me mantenía limpio, evitaba quemarme, curaba los rasguños, descansaba y comía de manera regular, y sabía que debía mantener mi cuerpo en un estado equilibrado. Si tenía sed, bebía; si sudaba mucho, tomaba sales. Y luego está la voluntad. Una parte de la personalidad que tiene la responsabilidad de forzar las cosas y de dominar el resto de cuestiones, sin ella no alcanzas el éxito. Al final, ¿qué recuerdos son los más vívidos? Cuando todos los días eran un reto, cuando a cada paso sentía la dureza de la experiencia.

Puedo recordar todos y cada uno de los 65 días. Recuerdo cómo las olas rompían en el océano Pacífico y cómo lamían, grises, los muelles de Nueva York. Las escarpadas colinas marrones y cómo las tormentas las anegaban y lanzaban las aguas blancas por sus cañones. El río Grande, marrón y fangoso, pasando por los pantanos y los nobles ríos fluyendo entre las colinas. Recuerdo la larga carretera que cruza el país y los pueblos a los lados, donde la gente, a la que conocimos de paso, tiene una vida, lleva a los niños al colegio y trabaja con paciencia y esperanza por un futuro incierto.

Tenía 6 años cuando nos fuimos con mi padre. Yo estaba más emocionado por perderme las clases que pensando en lo que mi padre intentaba hacer. Vivíamos en una pequeña caravana: la mesa se plegaba para convertirse en cama de matrimonio para mamá y papá; mi padrino, Mark, de 18 años, dormía en el banco y yo en una hamaca sobre él. El primer día, papá se desmayó por un calambre a los 40 km. Se suponía que yo llevaba un diario, pero con seis años ya me di cuenta de que preguntar cómo se escribía ‘desmayarse’ no era una buena idea, así que en el diario se ve el dibujo de un muñeco de palo tumbado en el suelo.

Hay momentos que recuerdo muy vívidamente: las tres noches en el cañón del Salt River, cuando papá cojeaba por un problema con el tendón de Aquiles, pero para mí fue perfecto: ¡un camping en el Lejano Oeste! No era consciente de por lo que estaba pasando mi padre. Recuerdo la pobreza de los estados del sur, la emoción de llegar a Manhattan y el barullo que montó toda la gente. Para un niño de seis años fue una superaventura en la que mi padre era el héroe.

Ahora, 52 años más tarde y tras haber sido corredor toda la vida, estoy asombrado. La simple idea de correr 67 km al día con un par de Adidas Rom durante más de dos meses me parece increíble. Creo que mi padre solo falló en una cosa: corría demasiado deprisa. Intentaba hacer una media de un poco menos de 7 minutos por milla (unos 4,3 minutos por kilómetro). No había auriculares, ni audiolibros ni prácticamente corredores en EEUU en aquel momento, por lo que solo se le unió gente en contadas ocasiones. Yo solía caminar la primera milla con él todas las mañanas. También sueño con hacer esa carrera, a un ritmo más bajo. Tal vez el año que viene sea mi última oportunidad, pues tendré 60. ¿Alguien quiere hacerla conmigo?